Los invisibles de la basura: patrones y gobierno omiten prestaciones sociales a pepenadores

Julio César Ochoa Ceja recoge plástico, metal y cartón desde hace tres décadas. Es pepenador del tiradero de los Laureles de Tonalá que cerrará en noviembre. Empezó a trabajar en los basureros de la ciudad desde 1984 cuando apenas tenía nueve años de edad. Hoy con 46, nunca pisó una escuela ni conoce otra forma de ganarse la vida,

Empezó a trabajar por su cuenta, solo “porque pues mi papá trabajaba y no alcanzaba de todas maneras, la economía estaba muy dura antes y teníamos que poner nuestro granito de arena. Y desde morros anduvimos siguiéndolo”, recuerda Julio César.

Como en la década de los 80, en 2021 se dibujan las mismas condiciones de pobreza e injusticia social que parecen inseparables de quienes practican este oficio. Hoy, los niños pepenadores son adultos. Lo que no ha cambiado son las toneladas de basura de los camiones compactadores que diariamente alimentan a la enorme montaña de desechos.

Como Julio César, otros 777 pepenadores recogen de basura: de ahí comen, visten y calzan a sus hijos.

En las vísperas de la clausura de Los Laureles, ningún trabajador tuvo un contrato laboral, seguro social, vacaciones o un fondo para la jubilación como lo confirma la pepenadora Érika Ventura “aquí no tenemos nada, no tenemos seguro: ni el trabajo porque ya nos lo están quitando, desgraciadamente, hasta la basura nos la están quitando de la boca.

Érika es madre soltera de tres hijos y vive en casa de su madre. Hace ocho años abandonó la venta de fruta para reciclar los desechos tapatíos en la cima de la basura y alimentar a su familia en lo que creyó sería un trabajo con ingresos más regulares hasta que se anunció el cierre definitivo de Los Laureles.

Para Érika, vivir de la basura es vivir al día, tarea complicada que requiere sacar el sustento prácticamente de los desechos de la ciudad “lo que en realidad aquí sale, como lo que viene de Jalisco Limpio, que viene de bodegas de frijol, papa, arroz, todo lo que nos sirva, todo eso, es lo mismo que nos llevamos para poderle dar de comer a nuestros hijos”.

Y sobre los riesgos, la misma Érika conoce que las cortaduras en las manos y las torceduras de los tobillos son las lesiones más comunes, riesgos que debe enfrentar porque en otros espacios ya no la contratan,

“No hay apoyo: nosotros sabemos los riesgos que tenemos y aún así los corremos porque tenemos necesidades. Porque allá afuera no nos contratan, porque allá afuera las personas de tercera edad, hay que hay personas de tercera edad que están trabajando, sí que se llevan un peso, porque afuera no los quiere una empresa, ya cierta edad no nos quieren”, reflexiona Érika.

Una jornada cotidiana inicia con el ingreso al vertedero: los trabajadores entregan una tarjeta roja a los vigilantes para avanzar a pie hasta el tiro o donde los camiones compactadores y las góndolas pestilentes vuelcan los desechos.

En el lugar, bajo el sol o la lluvia, los pepenadores toman los desechos con las manos desnudas. La basura, principalmente plástico, se acumula en una bolsa que después trasladan a unos tapancos instalados en la cima llamados “las sombritas”. En ese lugar los más vulnerables, algunos discapacitados y sobre todo ancianos y mujeres, reclasifican la basura que se empaca en enormes bolsas blancas.

Sobre la carretera Guadalajara-El Salto, María de los Ángeles Calzada y su familia afinan la clasificación de los residuos en un terreno donde las moscas se estrellan en los brazos y en la cara. Surge un olor agrio combinado con aceite de motor. De entre los bultos grises surge María de los Ángeles acompañada de su perro pitbull.

El trabajo de María de los Ángeles es el último de la cadena de la pepena. En este filtro también se efectúa la compra-venta del plástico, proceso controlado por el sindicato pues fija los precios y funge como intermediario entre las empresas recicladoras y los trabajadores.

Después de los negocios, los pepenadores ganan mensualmente hasta 8 mil pesos. En otros casos, ganan el salario mínimo y unos pocos pesos más, según contó María de los Ángeles Calzada “no ganamos mucho, nosotros ganamos alrededor de 150 al día según como esté la basurita, y ya aunque sea sale para vestir y pues calzar a nuestros hijos, uno ya no se preocupa por ropa o zapatos. Para la comidita pues así uno anda al día.

En la década de los 80, el Jefe del Departamento de Desarrollo Social de la Universidad de Guadalajara, Ricardo Fletes Corona, hizo trabajo comunitario y estudios con el DIF estatal para la atención en la salud y educación de los niños y adultos en el vertedero de Matatlán de Tonalá.

Su experiencia revela un cuadro casi inalterable tres décadas después “yo me acuerdo cuando fuimos a estudiar, eso debe ser que en el 86-87 que fuimos a Matatlán y luego después regresamos en los años 90, que regrese aquello era increible, pero, increible por la explotación, por la mugre, lo indigno pues, es un trabajo indigno, pues, no por el trabajo en sí, sino las condiciones porque la gente no tenía protección de nada, de nada

De acuerdo con el investigador Fletes Corona, la pepena es una de las peores formas de trabajo, en especial para los niños según la Organización Internacional del Trabajo que, en el caso de los más pequeños, resulta en explotación infantil, aunque aseguró se trata de uno de los peores trabajos a cualquier edad.

En el Plan de Cierre, Rehabilitación y Abandono del Relleno Sanitario “Los Laureles” de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial, la Semadet, y de la empresa Caabsa Eagle, se describe el trabajo del pepenador como “una actividad laboral informal, precaria, que actualmente se ejerce al margen de la normatividad aplicable a la gestión integral de residuos, sin garantías ni protecciones de ningún tipo”.

Para el investigador Ricardo Fletes los trabajadores carecen de todos los derechos y prestaciones, además de los posibles abusos de la empresa Caabsa Eagle y la omisión de los gobiernos. Resaltó las condiciones precarias en las que viven y los derechos que no tienen como a la salud, a la educación, a la vivienda digna, a seguridad, garantías que no tienen por vivir en la invisibilidad.

“Es que ellos viven al margen de esos derechos con el consentimiento, a lo mejor no hay consentimiento explícito, pero con la omisión, y el abuso, yo diría, de la compañía que está a cargo de ese lugar, o las compañías, y luego la ausencia de supervisión por eso la omisión del gobierno de las autoridades, sea estatales, federales o municipales, o sea todo”, destacó el académico de la Universidad de Guadalajara.

Por ejemplo, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social no vigila las condiciones laborales de los pepenadores. Además, la defensoría pública, la Comisión Estatal de los Derechos Humanos de Jalisco, tampoco ha investigado sobre las posibles violaciones y omisiones a los derechos humanos de los trabajadores del vertedero de los Laureles y de los que operan en el estado.

Los pepenadores son los carroñeros sociales, de acuerdo con Ricardo Fletes Corona, pues viven de los desechos de la sociedad. Paradójicamente, los pepenadores tienen una función importante en la vida de la ciudad pese al alto grado de vulnerabilidad que los convierte en otro sector olvidado, marginado.

“Y es la paradoja, hay una inclusión excluyente en este grupo de personas. El modelo social en el que estamos implica que estas personas incluyan ese trabajo que es marginal, peligroso, de las peores formas de trabajo que es parte de lo que hace funcionar este sistema”.

El Plan de Cierre, Rehabilitación y Abandono contempla caracterizar a los pepenadores e identificar a los líderes. Otra acción buscaba emplear a los pepenadores en trabajos relacionados en la separación mecánica de residuos en el Centro Integral de Economía Circular, CIEC, proyecto cancelado en el municipio de Tala, y que podría operar en El Salto el próximo año.

Para los pepenadores, las eventuales mudanzas al tiradero de Picachos, en Zapopan, o hacia Ixtlahuacán de los Membrillos, solo implica conocer y acostumbrarse a las distancias y tiempos de traslado. Si hay resistencia al cierre en noviembre, las posibles marchas y manifestaciones sólo representarán los intereses de los patrones que les han negado derechos a los pepenadores con el permiso de las autoridades y para el beneficio de los poderosos sobre los que menos tienen.

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